En forma
Llega septiembre, la rutina y el temido momento de posarse encima de la caprichosa báscula. Y como era de esperar, el resultado después de haber frecuentado el chiringuito y habernos ‘relajado’ en exceso, no es de nuestro agrado.
Nada nuevo en la copiosa vuelta al cole, por lo que rápidamente nos instigamos a llevar a cabo el propósito de cada otoño: retomar el ejercicio y perder la grasa localizada que principalmente se aferra a nuestro abdomen. Pero, ¿cómo atacarla de forma efectiva?
Además del ejercicio, la implementación de un cambio nutricional será la base del cambio —como ya habrás oído mil veces—. Asimismo, no existe una dieta troncal que se pueda aplicar a todos los metabolismos de forma igualitaria, por lo que acudir a un especialista que evalúe cada cuerpo será la mejor de las opciones.
Según desvela una dietista deportiva de la Universidad de Oregón, se recomienda que nuestra ingesta calórica se componga de un 50% de carbohidratos complejos, 25% de proteínas y el 25% restante de grasas no saturadas.
Por otro lado, una de las principales dudas que nos abordan cuándo decidimos reconvertimos en una persona ‘fitness’ es cuánto tiempo deberíamos de entrenar por semana. Porque claro, hay quien te dice que solo hace ejercicio dos veces y quien te comenta que no descansa ni el domingo.
Pues bien, tampoco existe un número exacto de días que funcione mejor para perder dicha grasa, ya que esto depende —como habíamos comentado antes— del individuo. Eso sí, lo crucial es ser constantes. Y si tuviera que fijar un número de entrenamientos semanales, estos serían, como mínimo, cinco.
¿Un truco extra que poca gente lleva a cabo? Agregarle a estos trotes un par de ejercicios de resistencia dos veces por semana. Y ante todo, no desesperes, ya que la evolución abdominal es lenta pero satisfactoria a largo plazo.
Si te preguntas cuánto tiempo va a pasar hasta que notes cambios, la respuesta vuelve a ser subjetiva, aunque por recomendable es que la pérdida semanal oscile entre los 0,2 kg y el kilo completo. Esto, como es evidente, dependerá de los niveles de estrés, el buen descanso, los medicamentos que estuviéramos tomando y la genética.